Cuando tenía 17 años mi novia de entonces se bajó del autobus y supe que hasta ahí habiamos llegado. ¿La razón? Vaya usted a saber. Y es cierto que no había redes sociales, los periódicos aún se vendían en papel, y que la ría bajaba todavía sucia. Pero me fuí a mí casa, lloré por el rechazo y dejé que el tiempo sanara o hiciera lo que pudiera con mi corazón roto.
Son esos momentos en que las canciones que antes no parecían decir gran cosa, de repente empiezan a rascarte el alma, a tocarte los cojones y a poner palabras a cosas que tú a tus 17 años no sabes expresar muy bien.
Todavía me recuerdo a mi mismo mirando por la ventana, escuchando No verte más y llorando lo mío, como es normal.
¿Y todo esto a qué viene? Pues viene un poco a cuento del duelo y la saturación.
Igual soy sólo yo pero desde que se ha acabado el verano veo el nombre de Tamara por todos los sitios. Que si la ha engañado el novio, que si Tamara va a un congreso de familias y la lía, que si Tamara y la ultraderecha... Y me aburro, y pienso en si esta chica a sus cuarenta años no tiene algo mejor que hacer que exponerse continuamente, con sus rupturas y sus ideas.
No le deseo ningún mal, quede claro, pero me deja perplejo esta cosa de que todo el mundo cuando está expuesto a lo público deba mostrarse feliz, casi pizpireto. Me sorprende que la gente no coja una ventana, una habitación a oscuras y llore No verte más, como probablemente haríamos el resto de los mortales.
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