Esta es una historia de cilismo, de perros con patas largas y de un momento clave de la infancia.
Esta mañana me recordaba un buen amigo a uno de mis ídolos de infancia, a Don Marino Lejarreta. Era mi ciclista preferido de pequeño, yo tenía unos 8 años y veía las etapas cuando podía, bien fin de semana, bien cuando llegaba a casa de un colegio del que salíamos a las cuatro y media. Un ciclismo donde había ídolos como: Juan Tomás Martínez (el volcán de Barakaldo), Marinio Lejarreta, Sean Kelly, Alvaro Pino y tantos otros..
Luego con la llegada de los pinganillos en la oreja, de los elixires mágicos y las matemáticas de rendimiento dejó de gustarme, pero esa es otra historia.
Por poneros en contexto, mi casa donde yo vivía con mis padres, mi abuela y mis cinco hermanos estaba en el otro lado del pueblo, en Alonsotegi y el colegio estaba en Azordoiaga, bajo el Pagasarri y a un kilometro y medio de mi casa, entre cuestas y puentes.
Los niños por aquel entonces teníamos los ídolos que veíamos por televisión y además solo había dos canales que veíamos en blanco y negro en casi todas las casas.
Un día bajé a casa a comer, y como a mi hermano mayor le gustaba escuchar las noticias puso la radio de fondo. A mí no me importaba porque al final hablaban de deportes y te contaban como había sido la salida de etapa.Tocaba montaña, y esas etapas solían acabar con ataques épicos que te hacían levantarte del sofá a la mínima.
Regresé al colegio después de comer y esperé a que sonara el timbre de las cuatro y media. En ese momento salí disparado, no esperé a mis amigos para bajar del colegio al pueblo, bajé corriendo la cuesta de Azordoiaga, llegué al pueblo, crucé el puente que separa mi pueblo en dos grandes barrios y tras subir la cuesta de san Antolín enfilé el camino a mi casa.
Entonces, a escasos diez metros de llegar a mi portal y casi sin aliento sucedió lo imprevisible; un perro negro con patas largas, al que todos los niños en el barrio le teníamos pavor, se me cruzó y sin pretenderlo hizo que me cayera al suelo. Sólo tenía ocho años, pero por algún motivo me revolví, le grité y el pobre perro también se asustó.
Seguido subí a casa, puse la tele y disfruté el final de etapa.
A día de hoy no recuerdo quién ganó la etapa, ni siquiera aquella vuelta, pero recuerdo ese momento porque fue el día que un perro al que tenía miedo todo el barrio me puso la zancadilla y respondiéndole aprendí algo: a los perros no se les debe tener miedo si no RESPETO.
Pero como la cosa va de bicis, aquí os dejo hoy la canción Tour de Francia de Vetusta Morla, en honor a los tiempos en que un niño bajaba corriendo como un loco de la escuela para ver a unos tipos encima de unas bicis retándose sin parar. Larga vida a aquel ciclismo.
A mí también me gustaba Lejarreta. Creo que llegué a conocerle. No estoy segura. Con los años se me mezcla lo real con lo imaginado. A mi hermano le gustaba el tenis y el ciclismo. Especialmente el ciclismo. Las mejores siestas de mi infancia fueron escuchando La vuelta a España hasta que caía en un lindo sueño. Recuerdo que pensaba que se hacía toda la vuelta de un tirón, sin parar para nada. Y esto no lo he imaginado. Lo pensaba de verdad. Inocente de mí.
ResponderEliminarUn beso de Cable a tierra. mjo
Yo con la siesta era más en el Tour de Francia, que caía en Julio y de repente se les ocurría meter una etapa llana de 220 km. Esas etapas eran perfectas para sestear en el sofá, con el traqueteo de las hélices del helicóptero y los nombres de pueblos impronunciables de fondo. Besos desde Copenhague.
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